lunes, 11 de febrero de 2008

Atrofia sentimental

En el árbol frondoso, el insecto palo se camufla tan bien entre el follaje que pasa inadvertido incluso para los miembros de su especie. Su cuerpo ahusado, sus patas alámbricas y su color madera lo hacen prácticamente invisible. Parece en verdad un palito más del árbol en el que vive.
Ha aprendido a mimetizarse con el ambiente que le rodea para desaparecer del mundo. No soporta a la muchedumbre de insectos que comparten su hábitat. Toda esa actividad frenética en la que están siempre embarcados es realmente agotadora: ¿adónde se creen que van? Entregarse al vértigo de la acción sólo es una manera frustrada de escapar de la angustia que les socava por dentro.
Él prefiere estarse quieto, mirar el mundo con tiempo y pensar el sentido de las cosas. No le molesta que le insulten y le llamen huraño, misántropo, raro. Es un monje budista en busca del nirvana. Pero esa vida tan aislada tiene sus inconvenientes, porque algunos, confundiéndole con celulosa, le mordisquean por error. Él, en vez de protestar por el atropello, aguanta en silencio la afrenta y se aleja con un gesto ralentizado de orgullo.
Está solo, es verdad, pero no es un solitario. También él anhela compañía, pero una compañía que le comprenda de verdad y no la compañía circunstancial o meramente reproductiva que parecen querer el resto de los animales del árbol. El insecto palo espera que en la vida haya algo más que el simple y puro instinto que ve a su alrededor. A él toda esa promiscuidad insaciable le entristece.
Desde su atalaya vegetal, contempla el mundo que bulle en el árbol y siente la paradoja de la nostalgia de un amor que nunca ha tenido. Sabe que existe, en la copa del árbol, una hembra de su especie: de vez en cuando ha llegado hasta su nariz un rastro de señales químicas que le ha hecho estremecerse de deseo. Pero hasta ahora no ha tenido a suerte de dar con ella. Confía en que, algún día, cuando menos se lo espere, contorsionará su cuerpo y se percatará de que el trocito de rama donde acaba de instalarse es el abdomen de la hembra. Entonces sucederá el milagro. A no ser que, después de tanto tiempo de vida autista, haya olvidado por completo cómo se hace el amor.

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