jueves, 14 de febrero de 2008
lunes, 11 de febrero de 2008
Soliloquio del camaleón
Ya no sé quién soy.
¿O lo sé pero no quiero saberlo?
De vez en cuando me muerdo las uñas.
Cuando nadie me ve, me escondo bajo mi piel.
El té no mata, sólo diluye la angustia.
¿Por qué te empeñas en buscar la belleza?
La tijera no corta la lluvia.
Los jazmines apestan.
Dentro de ese árbol hay un nido de culebras.
¿A qué viene esa tonta felicidad?
¿O lo sé pero no quiero saberlo?
De vez en cuando me muerdo las uñas.
Cuando nadie me ve, me escondo bajo mi piel.
El té no mata, sólo diluye la angustia.
¿Por qué te empeñas en buscar la belleza?
La tijera no corta la lluvia.
Los jazmines apestan.
Dentro de ese árbol hay un nido de culebras.
¿A qué viene esa tonta felicidad?
Un monstruoso acto de amor
Robarle la intimidad cotidiana a un escarabajo por lo visto es un acto de conocimiento del aprendiz de entomólogo. Palabra que, por desgracia, suena a embalsamador. La posible crueldad que conlleva mostrar obscenamente su vida debe ser disculpada en nombre de la ciencia. Decimos que lo hacemos por compasión, por amor. No le preguntamos a él: tal vez él hubiera preferido que no lo hubiéramos hecho. Todo el que ama también disecciona, con la misma desalmada y ansiosa curiosidad, el territorio secreto del ser amado. ¿Qué podemos aprender de ese territorio? ¿Los movimientos taciturnos de alguien que se siente atosigado por nuestra mirada? Deponer todo dominio: esa es la clave de acceso a la verdad del otro. Convertirse en el otro.
Etiquetas:
amor,
ciencia,
kafka,
literatura,
obscenidad
"Carácter es destino", Shakespeare

A veces uno siente que le falta algo, siente que su vida es un puzzle incompleto. Pero, y si, de pronto, alguien encajara ahí una pieza y llenase el hueco... ¿La admitiríamos? ¿O preferiríamos ignorarla por temor a comprobar si es la verdadera?
Etiquetas:
"carácter es destino",
kafka,
shakespeare
Atrofia sentimental
En el árbol frondoso, el insecto palo se camufla tan bien entre el follaje que pasa inadvertido incluso para los miembros de su especie. Su cuerpo ahusado, sus patas alámbricas y su color madera lo hacen prácticamente invisible. Parece en verdad un palito más del árbol en el que vive.
Ha aprendido a mimetizarse con el ambiente que le rodea para desaparecer del mundo. No soporta a la muchedumbre de insectos que comparten su hábitat. Toda esa actividad frenética en la que están siempre embarcados es realmente agotadora: ¿adónde se creen que van? Entregarse al vértigo de la acción sólo es una manera frustrada de escapar de la angustia que les socava por dentro.
Él prefiere estarse quieto, mirar el mundo con tiempo y pensar el sentido de las cosas. No le molesta que le insulten y le llamen huraño, misántropo, raro. Es un monje budista en busca del nirvana. Pero esa vida tan aislada tiene sus inconvenientes, porque algunos, confundiéndole con celulosa, le mordisquean por error. Él, en vez de protestar por el atropello, aguanta en silencio la afrenta y se aleja con un gesto ralentizado de orgullo.
Está solo, es verdad, pero no es un solitario. También él anhela compañía, pero una compañía que le comprenda de verdad y no la compañía circunstancial o meramente reproductiva que parecen querer el resto de los animales del árbol. El insecto palo espera que en la vida haya algo más que el simple y puro instinto que ve a su alrededor. A él toda esa promiscuidad insaciable le entristece.
Desde su atalaya vegetal, contempla el mundo que bulle en el árbol y siente la paradoja de la nostalgia de un amor que nunca ha tenido. Sabe que existe, en la copa del árbol, una hembra de su especie: de vez en cuando ha llegado hasta su nariz un rastro de señales químicas que le ha hecho estremecerse de deseo. Pero hasta ahora no ha tenido a suerte de dar con ella. Confía en que, algún día, cuando menos se lo espere, contorsionará su cuerpo y se percatará de que el trocito de rama donde acaba de instalarse es el abdomen de la hembra. Entonces sucederá el milagro. A no ser que, después de tanto tiempo de vida autista, haya olvidado por completo cómo se hace el amor.
Ha aprendido a mimetizarse con el ambiente que le rodea para desaparecer del mundo. No soporta a la muchedumbre de insectos que comparten su hábitat. Toda esa actividad frenética en la que están siempre embarcados es realmente agotadora: ¿adónde se creen que van? Entregarse al vértigo de la acción sólo es una manera frustrada de escapar de la angustia que les socava por dentro.
Él prefiere estarse quieto, mirar el mundo con tiempo y pensar el sentido de las cosas. No le molesta que le insulten y le llamen huraño, misántropo, raro. Es un monje budista en busca del nirvana. Pero esa vida tan aislada tiene sus inconvenientes, porque algunos, confundiéndole con celulosa, le mordisquean por error. Él, en vez de protestar por el atropello, aguanta en silencio la afrenta y se aleja con un gesto ralentizado de orgullo.
Está solo, es verdad, pero no es un solitario. También él anhela compañía, pero una compañía que le comprenda de verdad y no la compañía circunstancial o meramente reproductiva que parecen querer el resto de los animales del árbol. El insecto palo espera que en la vida haya algo más que el simple y puro instinto que ve a su alrededor. A él toda esa promiscuidad insaciable le entristece.
Desde su atalaya vegetal, contempla el mundo que bulle en el árbol y siente la paradoja de la nostalgia de un amor que nunca ha tenido. Sabe que existe, en la copa del árbol, una hembra de su especie: de vez en cuando ha llegado hasta su nariz un rastro de señales químicas que le ha hecho estremecerse de deseo. Pero hasta ahora no ha tenido a suerte de dar con ella. Confía en que, algún día, cuando menos se lo espere, contorsionará su cuerpo y se percatará de que el trocito de rama donde acaba de instalarse es el abdomen de la hembra. Entonces sucederá el milagro. A no ser que, después de tanto tiempo de vida autista, haya olvidado por completo cómo se hace el amor.
Disolución entre mundos
domingo, 10 de febrero de 2008
Petrificarse en la soledad
Encuentros entre los intersticios
lunes, 4 de febrero de 2008
sábado, 2 de febrero de 2008
Lecciones de inmersión
Cerca de casa, a tan sólo un par de quilómetros a pie, encontré una tarde este riachuelo que discurre por un cauce oculto entre cañaverales. El caudal era humilde y limpio. Mientras miraba las aguas, pensaba en cómo aprender a dejarme llevar por ellas sin oponerme a la corriente, sin resistirme a su empuje. Dejar de luchar, irme puliendo poco a poco con su roce hasta alcanzar la forma suave y perfecta de esos cantos. Tenderme bajo el agua y volverme esa piedra cálida que alguien se llevaría a casa y acariciaría sabiendo que contiene la sabiduría del tiempo.
Desapariciones
Desaparecer es una forma de sobrevivir en un medio hostil. Todo conspira a nuestro alrededor para que desaparezcamos por alguna puerta secreta que conduce a otro lugar. En realidad, nuestra mayor ambición es volvernos invisibles. Convertirnos en fantasmas. Sin darnos cuenta, hemos ido construyendo un mundo repleto de pasadizos por los que perdernos en otra dimensión. Hay quien, una vez cruzado ese pasadizo, ya no sabe volver a la realidad. Cree que vive en ella pero en realidad está en otro lado. Su mente ha extraviado a su cuerpo y se mueve sonámbula por las cosas de la vida. Todo lo que ve son espejismos, cosas que no existen, recuerdos inventados. Cree que vive, sólo sueña.
Los relatos que vienen a continuación cuentan la historia de una desaparición. Leerlos también es una forma de desaparecer. Ten cuidado.
Si quieres desaparecer...
Si quieres volatilizarte...
Si quieres ser usurpado...
Los relatos que vienen a continuación cuentan la historia de una desaparición. Leerlos también es una forma de desaparecer. Ten cuidado.
Si quieres desaparecer...
Si quieres volatilizarte...
Si quieres ser usurpado...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)